El Crimen Silenciado: Violencia Sexual y Periodistas

Pocos casos de ataques sexuales contra periodistas han sido documentados a raíz de fuertes estigmas culturales y profesionales. Pero ahora decenas de periodistas se animan a revelar que han sido víctimas de abusos sexuales mientas cumplían con su labor informativa. Un informe especial del CPJ por Lauren Wolfe

Eventos públicos caóticos son con frecuencia el escenario de abusos sexuales de periodistas. La corresponsal de la cadena CBS Lara Logan fue asaltada en este manifestación política en El Cairo. (AP/Khalil Hamra)
Eventos públicos caóticos son con frecuencia el escenario de abusos sexuales de periodistas. La corresponsal de la cadena CBS Lara Logan fue asaltada en este manifestación política en El Cairo. (AP/Khalil Hamra)

Publicado el junio 7 de 2011

NUEVA YORK
Nueve años pasaron antes de que la periodista colombiana Jineth Bedoya hablara públicamente sobre la brutal violación de la que fue víctima mientras informaba sobre grupos paramilitares de extrema derecha en mayo del año 2000. Durante el ejercicio de su labor informativa para el diario El Espectador de Bogotá, Bedoya fue secuestrada, atada, vendada y luego trasladada a una propiedad en la ciudad de Villavicencio, en el centro del país, donde fue salvajemente golpeada y violada por múltiples atacantes.

Desde que empezó a contar lo ocurrido, Bedoya afirmó haber encontrado una cantidad de periodistas -desde Colombia hasta los Estados Unidos y Europa–que habían do víctimas de violaciones o abusos sexuales, pero que decidieron permanecer en silencio debido a estigmas profesionales y culturales. Al hacer su caso más visible, Bedoya aseguró que espera alentar a estos periodistas a “denunciar lo que les pasó y a reclamar justicia”.

Bedoya indicó que hablar en público le da voz a otras víctimas. (Reuters)
Bedoya indicó que hablar en público le da voz a otras víctimas. (Reuters)

El ataque contra Bedoya en el 2000 fue incuestionable en un aspecto: el asalto fue notificado a las autoridades y el CPJ lo documentó en su momento, convirtiéndolo en uno de los pocos casos documentados de ataque sexual contra una periodista.

En la actualidad, el feroz ataque sexual contra la corresponsal de la cadena estadounidense CBS Lara Logan, ocurrido en El Cairo en el mes de febrero, ha situado el problema en el centro de la escena. Y ha llevado a periodistas alrededor del mundo a hablar sobre cifras antes desconocidas. A lo largo de los últimos cuatro meses, el CPJ ha entrevistado a más de cuatro decenas de periodistas quienes han experimentado casos de violencia sexual en distintos grados -desde violación por múltiples atacantes hasta requisas agresivas–ya sea en represalia por su trabajo o durante el ejercicio de su labor informativa. Esto incluye a 27 periodistas locales, desde editores de alto rango hasta reporteros que trabajan en regiones como el Medio Oriente, el sur de Asia, África o las Américas. Cinco indicaron haber sido brutalmente ultrajados, mientras que los restantes indicaron varios niveles de ataques sexuales, hostigamiento psíquico agresivo y amenazas de violencia sexual. Una serie de experiencias similares fue denunciada por 25 corresponsales internacionales. Dos de ellos denunciaron haber sido víctimas de violaciones, otros cinco describieron serios ataques sexuales -desde manoseo físico violento hasta penetración con las manos–y 22 afirmaron haber sido manoseados en múltiples ocasiones. Muchos de los ataques documentados ocurrieron en los últimos cincos años, aunque un número menor se remontan incluso a las dos décadas pasadas.

Muchos de los ataques pueden clasificarse en tres tipos generales: violación con periodistas específicos como blanco, generalmente en represalia por su trabajo; violencia sexual relacionadas con turbas callejeras contra reporteros cubriendo eventos públicos; y abuso sexual de periodistas detenidos o en cautiverio. Aunque las mujeres son las víctimas en la gran mayoría de los casos, periodistas del sexo masculino también han sido víctimas, en general mientras se encontraban detenidos o en cautiverio.

Muchos de los individuos entrevistados por el CPJ no revelaron previamente sus experiencias, más allá de conversar con amigos o sus familiares. Periodistas de todo el mundo afirmaron que, en gran medida, optaron por mantener los ataques en reserva dada la existencia de profundos estigmas culturales y la falta de confianza en que las autoridades actúen tras la denuncia. Una y otra vez, los periodistas afirmaron también que existen consideraciones profesionales que juegan un importante rol. Muchos se mostraron renuentes a denunciar el ataque ante sus editores por temor a ser percibidos como personas vulnerables y verse de ese modo inhabilitados para trabajos posteriores.

Como resultado, existe escasa documentación sobre el tema de agresión sexual contra periodistas. Si bien el CPJ y otras organizaciones internacionales han informado sobre casos individuales de ataques sexuales a lo largo del tiempo, el tipo de investigación metodológica que traza el mapa de otros ataques contra la prensa -como asesinatos y encarcelamiento–aún es materia pendiente.

Cualquiera sea el nivel de agresión sexual, los especialistas aseguran que trae aparejado serias preocupaciones para la libertad de prensa y la seguridad. “Si queremos garantizar la seguridad y efectividad de los periodistas, hacer lo posible  para que puedan cumplir con su labor en forma segura y efectiva, sólo podremos hacerlo confrontando con honestidad los riesgos presentes”, aseguró Bruce Shapiro, director ejecutivo del Centro Dart sobre Periodismo y Trauma, que provee ayuda y orientación para la cobertura de eventos traumáticos. “Esto requiere una evaluación honesta de los medios y la profesionales. Estamos hablando, de hecho, de fortalecer la profesión”.

Para solicitar información sobre este tema, el CPJ se acercó a 15 organizaciones de prensa locales e internacionales alrededor del mundo y pidió los contactos con los colegas afectados. El CPJ también contactó a más de 20 periodistas en el mundo y solicitó que hicieran lo mismo. La información recolectada para este informe, además de facilitar elementos que ayuden a entender un área de la profesión inexplorada, servirá como inicio de una encuesta de largo alcance que el CPJ llevará a cabo el año próximo.

Junto a la divulgación de este informe, el CPJ también publica un anexo del manual de seguridad, que está enfocado en las formas de minimizar los riesgos de violencia sexual.

Ataques de todo tipo, presentes en todo el mundo

Jenny Nordberg, una corresponsal sueca radicada en Nueva York, viajó a Pakistán en octubre de 2007 para cubrir el retorno al país de Benazir Bhutto, la ex primer ministro exiliada quien sería asesinada dos meses después. Durante la caótica procesión en Karachi aquel día, Nordberg se encontró separada de sus colegas y rodeada por un grupo de hombres que la atacó sexualmente. La periodista fue liberada solo después de que personas que pasaban en un camión la pusieron a salvo. Nordberg explicó al CPJ por qué decidió no hablar del caso hasta ahora:

“Es incómodo y te sientes como un idiota que no dice nada, especialmente cuando estás informando sobre cuestiones mucho, pero mucho más horrorosas”, Nordberg escribió al CPJ en febrero. “Pero aún permanece conmigo. No le conté a los editores por miedo a perder trabajos futuros. Aquello fue definitivamente parte de mi decisión. Y simplemente no quería que pensaran en mí como una chica, especialmente cuando estoy tratando de ser igual, o mejor, que los muchachos. Se lo hubiera dicho, en cambio, a una editora del sexo femenino, si hubiera tenido una”.

Sin ayuda, afirmó Nordberg, la periodista puso un ojo crítico sobre sí misma.

“Atravesé por aquella idea de ‘Mm, fui una idiota en no haber tenido un respaldo apropiado, tal vez no estaba usando la ropa correcta, etcétera’. Actualmente, con más años y un poco más sabia, entiendo que turbas o revueltas callejeras son increíblemente peligrosas mas allá de lo que uno lleva puesto e incluso si uno está rodeado por personal antimotines. Pero no lo sabía entonces y también estaba perfectamente vestida. No se lo comenté a los editores porque temía que ellos tuvieran algunos pensamientos similares, como: ‘Oh, tal vez ella indujo ese tipo de comportamiento’ “.

Cheema fue secuestrado y asaltado en represalia por su labor como columnista. (SAJA)
Cheema fue secuestrado y asaltado en represalia por su labor como columnista. (SAJA)

Periodistas del sexo masculino también han sido blanco de ataques, especialmente en situaciones de cautiverio o detención. Umar Cheema, prominente reportero de política del mayor periódico de Pakistán en lengua inglesa, The News, relató al CPJ que fue secuestrado, torturado y atacado sexualmente en un barrio bajo de Islamabad en septiembre de 2010. “Mientras me dejaban completamente desnudo y era torturado por la espalda con mi cabeza hacia abajo y mis ojos vendados, el cabecilla indicó a uno de sus secuaces que me molestara”, Cheema escribió en un correo electrónico dirigido al CPJ, en el que describía cómo fue sodomizado con un bastón de madera. “Diez minutos después de ser liberado, empecé a pensar en qué era lo que debía hacer”, indicó. “La decisión era que debía denunciar lo ocurrido”. La denuncia, aseguró el periodista, “me hizo más fuerte e hizo a mis enemigos más cobardes. Sus esfuerzos por intimidarme se les volvieron en contra”. Cheema acusó públicamente a la poderosa agencia Dirección de Inteligencia Inter-Servicios de Pakistán (ISI, por sus siglas en inglés) por el secuestro seguido de abuso, una acusación que el gobierno niega.

Otros trabajadores de medios de sexo masculino han sido victimizados en cautiverio, aunque no tuvieron los suficientes incentivos para hablar públicamente. Un corresponsal internacional le aseguró al CPJ que un miembro del plantel iraquí de sexo masculino en la corresponsalía de Bagdad fue secuestrado y violado repetidas veces por trabajar para un medio occidental. El integrante del plantel iraquí fue incapaz de hacer la denuncia policial o hablar públicamente por miedo a la vergüenza, indicó el corresponsal internacional, quien habló en condiciones de anonimato para proteger la identidad del trabajador iraquí.

Un número significativo de periodistas han sido atacados sexualmente en detenciones oficiales. El bloguero egipcio Mohammed al-Sharkawi fue sodomizado en mayo de 2006, cuando tenía 24 años. Su abogado, Gamal Eid, aseguró que nadie ha sido enjuiciado por el abuso. El CPJ también recibió informes de terceros sobre la violación de cuatro periodistas iraníes en cautiverio, dos hombres y dos mujeres. El uso de la violación para humillar y controlar a los prisioneros en cárceles iraníes ha sido ampliamente documentado.

La agresión sexual en el trabajo también adopta otras formas. La mayoría de las denuncias involucran el manoseo de periodistas del sexo femenino mientras se encuentran trabajando, generalmente cubriendo eventos públicos no regulados como protestas o celebraciones. Algunas periodistas aseguran que han sido víctimas de agresivo acoso sexual, mientras que otras informaron haber sido amenazadas de violencia sexual. En ciertos casos, el responsable denunciado fue un miembro del plantel de apoyo u otro colega.

Una periodista iraní, quien habló en condiciones de anonimato a través de un colega, aseguró que enfrentó constantes, indeseados avances por parte de funcionarios públicos. En una ocasión, un hombre puso su mano sobre su muslo durante una entrevista. “Fue un claro intento de intimidación y acoso”, aseveró la periodista a través de su colega. “En esta parte del mundo es difícil ser periodista. Por el hecho de ser mujer, hay una cierta palanca que ellos pueden usar. Tienes una vulnerabilidad especial por el hecho de ser periodista y mujer al mismo tiempo”.

Grace Wattera, escritora del semanario de actualidad Fraternite Matin de Costa de Marfil, aseguró que el acoso es tan constante que interfiere con su trabajo. Por el hecho de ser mujer, ella dice: “Las personas en el gobierno piensan que pueden usarme como quieran”. Ciertos funcionarios requieren que se registre a la entrada de conferencias de prensa. Una vez que su nombre y número de teléfono están registrados, afirmó Wattera, recibe llamadas telefónicas sexualmente intimidatorias durante varios días seguidos.

Un número significativo de periodistas denunció haber recibido amenazas de violación. Aissatou Sadjo Camara, reportera de la emisora guineana Cherie FM, describió un episodio alarmante ocurrido el 28 de septiembre de 2010, cuando una protesta pacífica contra el gobierno se volvió violenta en un estadio de Conakry. Desde el lugar de los hechos, Camara hablaba por teléfono con el director de la emisora, quien también estaba en el estadio, cuando la línea fue interrumpida.

Camara intentó comunicarse de nuevo. Un hombre levantó el teléfono y se identificó a sí mismo como un soldado. “Me voy a poner ropa de civil y voy a volver a violarte”, le dijo el individuo, quien había golpeado a su jefe y tomado su teléfono. “Vendremos, te violaremos y destruiremos tu familia”. El individuo continuó llamándola durante diez días consecutivos. Camara tomó licencia en su trabajo, con el apoyo de la emisora. Cambió su número de teléfono y si bien consideró dejar el periodismo, luego regresó a su trabajo.

En una y otra entrevista, periodistas del sexo femenino describieron al manoseo como casi una constante forma de abuso en varios países. “Si puedes encontrar una sola periodista que no haya sido manoseada en una manifestación, estaría verdaderamente sorprendida”, indicó la reportera Gretchen Peters, quien ha cubierto Pakistán y Afganistán durante más de una década, primero para la agencia Associated Press, y luego para la sección informativa de la cadena televisiva estadounidense ABC. Una periodista lo describió como un dolor de estómago -algo que hay que tolerar en ciertos destinos internacionales.

Pero cuando las manifestaciones masivas se vuelven descontroladas, el padecimiento puede ser maligno. Heidi Levine, fotógrafa de la agencia Sipa Press de Paris, estaba en la plaza Tahrir de El Cairo en la noche en que Logan fue atacada y describió la escena como un tipo de caos carnavalesco, algo que nunca había visto antes. “Fue terrible tener que atravesar la plaza aquella noche”, aseveró. “La violencia desatada permite a las personas comportarse como ellos quieran comportarse”.

Sinclair está entre muchos de los que afirman que escenarios con multitudes presentan riesgos. (Andrea Bruce)
Sinclair está entre muchos de los que afirman que escenarios con multitudes presentan riesgos. (Andrea Bruce)

Otros describieron en forma similar escenas de turbas perversas. “La vez que sufrí el peor manoseo fue durante el funeral de Arafat”, confesó la fotógrafa Stephanie Sinclair. “Fui manoseada miles de veces. Fue espantoso. Todos coincidieron en que fue lo más difícil que habían cubierto. Fue horrible ser manoseada de ese modo en todas las partes del cuerpo”.

Kate Brooks, fotógrafa radicada en Turquía y que colabora para The New Yorker, The Wall Street Journal y otros medios, afirmó que un hombre le agarró la entrepierna desde atrás mientras estaba fotografiando la escena de un ataque suicida en Afghanistan. Brooks aseguró que usualmente tolera el contacto físicos que ocurre en manifestaciones -“es la forma en que las cosas se dan en terreno’–pero encontró aquel episodio tan inexplicable como perturbador. Podría ser sexual, se preguntó, en aquellas circunstancias?

Para corresponsales internacionales del sexo femenino, el riesgo viene no solo de extraños en las calles, sino también de hombres que cuidan su lugar de alojamiento, conducen sus autos, o le ayudan a pautar entrevistas. Una periodista que habló en condiciones de anonimato le aseguró al CPJ que un asistente local la había acosado y atacado sexualmente. Otra indicó que duerme generalmente con un cuchillo debajo de su almohada mientras se encuentra en las oficinas del medio en el extranjero, por miedo a que un guardia “aproveche la oportunidad”.

Para periodistas locales, las amenazas también pueden originarse dentro del mismo medio. Una reportera afgana le relató al CPJ que un compañero de trabajo la atacó sexualmente y la mantuvo a punta de pistola durante horas, pero estigmas culturales le impidieron denunciar el ataque. “Las mujeres no denuncian ataques sexuales muchas veces porque el honor de la familia es importante”, indicó la periodista, quien habló en condiciones de anonimato por temor a represalias. “Si algo así es denunciado, la mujer misma será culpada por su familia y por todo su entorno”.

Una cultura de silencio

Una reportera en el oeste de África quiere que el CPJ cuente su historia. Hasta ahora, ella solo le ha contado a una persona, su médico. La periodista relató haber sido golpeada y violada por integrantes de un grupo rebelde armado mientras realizaba su trabajo. Fue entonces cuando vio a un jefe de policía disparar a uno de sus atacantes luego de llegar al lugar de los hechos. Decidió no contarle a su editor por miedo a que el hecho dañara su reputación. No podía denunciar el ataque ante la policía porque, según ella, no tomarían el caso seriamente, incluso se burlarían de ella o le pedirían un soborno. Se sintió vacía, aterrada y traumatizada. Años después, aún se siente así. La reportera habló solo con la condición de que su  nombre y otros detalles que la pudieran identificar -incluyendo su país–no fueran mencionados.

La documentación de ataques sexuales contra periodistas ha sido escasa. Rodney Pinder, titular del Instituto Internacional para la Seguridad de la Prensa (INSI, por sus siglas en inglés), una organización sin fines de lucro que proporciona ayuda y asistencia a periodistas que trabajan en lugares peligrosos, aseguró que su organización encontró considerable renuencia entre periodistas del sexo femenino cuando llevaron a cabo una encuesta en 2005 sobre los problemas de seguridad que enfrentan las mujeres en la profesión. “No querían propiciar una situación en la cual editores del sexo masculino que asignan labores de cobertura fueran renuentes a enviar a una mujer al terreno”, explicó Pinder. “Sentían que serían afectadas negativamente si sus empleadores o editores a cargo creían que tenían que proporcionar especial cuidado, atención, protección”.

El ataque sexual es “el crimen silenciado”, admite Elana Newman, jefa de investigaciones del Centro Dart. “Pienso que es una experiencia que no denuncian tanto periodistas hombres como mujeres”, aseguró Newman. “Creo que hay todavía un estigma asociado al ataque sexual. El periodismo en el terreno es increíblemente competitivo. Existen tantas dificultades que las personas tienden a no denunciar elementos estresantes adicionales por la competencia y el estigma relacionado con cualquier tipo de ataque sobre el cuerpo”.

Kim Barker, de ProPublica, describe a las mujeres interesadas en periodismo internacional como “agresivas, enérgicas, fuertes” con un “constante deseo de probarse a sí mismas, de mostrar que podemos competir en ese ambiente”. Como muchas de las corresponsales extranjeras entrevistas por el CPJ, Barker se refirió a experiencias de recurrentes abusos sexuales de baja intensidad en el terreno. Pero Barker comentó al CPJ que las corresponsales extranjeras en general no quieren “gritar ataque sexual… Creo que es difícil hablar sobre este tema porque no queremos parecer que somos débiles o frágiles. La tendencia de los jefes es querer a alguien que sabe qué hacer y no necesita que lo lleven de la mano. El miedo está en que simplemente te excluyan de las tareas de cobertura”.

Barbara Crossette, ex jefa de corresponsales de The New York Times en las Naciones Unidas, aseguró que los medios no querrían saber de ataques sexuales en el extranjero por otra razón: “Hablar mucho del tema da un mal reflejo del país [sede] y su gente, y en ocasiones editores o productores de los medios no quieren problemas con el gobierno”.

Una periodista estadounidense recordó a un guardaespaldas del gobierno iraquí tratando de entrar en su habitación de hotel, para luego acosarla sexualmente. Lo peor de todo, según la reportera, fue la respuesta de su medio de comunicación. Una ejecutiva la trató “con hostilidad por poner en peligro una cobertura en lugar de proporcionarle cuidado y ayuda… Me destrozó la respuesta de la gente con la que trabajaba y en la que confiaba”, explicó la periodista, quien relató su historia en condición de anonimato. El medio eventualmente la desvinculó de esa cobertura informativa.

Muchos periodistas locales enfrentan grandes barreras culturales para denunciar abuso sexual. Mehmal Sarfaz, secretario general adjunto de Mujeres del Sur de Asia en los Medios, afirmó que periodistas del sexo femenino temen ser la vergüenza de sus familias, y ensuciar su propia reputación mediante la denuncia de un ataque a las autoridades o sus empleadores. Y, añadió, “saben que nada resultará de esa denuncia”.

Deborah Nyangulu-Chipofya, secretaria general del Instituto de Medios África del Sur en Malawi, afirmó que en su país amenazas de cualquier naturaleza son usualmente comunicadas a los editores. La policía, en cambio, es una historia diferente. La policía “usualmente dice que investigará, pero no puedo recordar caso alguno en el que se haya alcanzado un enjuiciamiento”, indicó. La percepción de indiferencia oficial hacia los ataques generaliza la autocensura entre periodistas, aseveró Nyangulu-Chipofya. “A veces los reporteros han fracasado en formular preguntas al presidente por miedo a lo que podrían hacer sus partidarios”.

Una amenaza para la libertad de prensa

“El acoso sexual y la violación no tiene que ver son sexo”, afirmó Helen Benedict, profesora de periodismo de la Universidad de Columbia, quien ha escrito mucho sobre violación y fuerzas militares. “Tiene que ver con humillación, degradación y poder”, añadió Benedict.

Y lo mismo ocurre cuando involucra a la prensa. Los ataques sexuales contra periodistas tienen el efecto de silenciar al mensajero y bloquear la diseminación de noticias e información. De la misma manera que ocurre con otros tipos de ataques, la agresión sexual es un ataque directo contra los derechos garantizados internacionalmente de la libertad de expresión y el acceso a la información. “En mi opinión, el ataque sexual está al nivel de las golpizas, la tortura, el encarcelamiento, los asesinatos”, aseguró Pinder del INSI.

Pero si el silencio ha sido la práctica habitual, el ataque contra Logan podría acelerar cambios de actitudes en la profesión. En marzo, la fotógrafa del diario New York Times Lynsey Addario hizo público el abuso sexual del que fue víctima cuando fue secuestrada con otros colegas en Libia. Su objetivo fue dirigir la vergüenza hacia quien lo merecía: “He trabajado demasiado en el mundo musulmán como para saber que es groseramente incómodo escuchar que hombres en tu país han estado tocando mujeres que no eran sus esposas. Sabía que les causaría vergüenza y es por eso que dí un paso adelante”. (Su colega en el Times Stephen Farell indicó al CPJ que él también fue abusado sexualmente en una oportunidad cuando fue retenido en cautiverio con Addario en Libia).

Levine, a la izquierda, enfrenta acoso de un colono judío en Hebrón. (AP)
Levine, a la izquierda, enfrenta acoso de un colono judío en Hebrón. (AP)

Mientras el CPJ comenzar a recoger contactos para este informe, la fotógrafa Levine llamó a varios colegas. Levine se sorprendió, según ella, de que quisieran hablar sobre las experiencias que habían vivido. Lo ocurrido a Lara Logan, integrante de la junta directiva del CPJ, cambió la forma de pensar. “Fue muy valiente de su parte hablar del tema públicamente”, afirmó Levine. “Nos dio mucho coraje para hablar en público y francamente porque antes nunca lo hicimos. Definitivamente las cosas han cambiado en comparación con el pasado”.

Los cambios también son necesarios en las salas de redacción. David Verdi, vicepresidente de de noticias de NBC, afirmó que la cadena estadounidense ha tenido “constantes, animadas y vehementes” discusiones sobre el hecho de exponer a su gente en posición de peligro. “Es la mujer más vulnerable porque la violación es un arma de guerra?”, se pregunta. “Siempre se llega a la misma respuesta: es una labor voluntaria y vamos a discutir todos los riesgos. Somos partidarios de mitigar todos los riesgos y de la total y completa transparencia. Al final, dejamos que nuestros empleados tomen la decisión final sobre ponerse en una posición de riesgo”. Afirmó que dos periodistas de la cadena han sido atacados sexualmente en el terreno, pero se negó a proporcionar detalles. Verdi indicó que se ofreció a ambos periodistas asistencia médica y psicológica, aunque ellos decidieron no comunicárselo a la policía.

NBC está implementando un nuevo curso de entrenamiento para periodistas que ingresan en ambientes hostiles, reveló Verdi, y éste abordará los riesgos de ataque sexual. El curso “entrenará a personas para adoptar medidas preventivas para disminuir las posibilidades de ser atacado sexualmente”, afirmó. “Va a tratar cada cultura, desde un espacio de trabajo en los Estados Unidos hasta un punto de control en el desierto de Libia”. Otros medios expresaron que también han incorporado la amenaza de abuso sexual dentro de sus entrenamientos de seguridad.

Asimismo, organizaciones no gubernamentales como el CPJ tienen una obligación. Mientras que los asesinatos, encarcelamientos, casos censura y otras formas de abuso son documentadas con regularidad por el CPJ y otros grupos defensores de la prensa alrededor del mundo, la violencia sexual ha permanecido, en buena medida, casi inexplorada en un oscuro rincón.  La documentación de casos de abuso sexual por parte del CPJ y otras organizaciones puede posibilitar que los periodistas comprendan mejor el riesgo, definir el tema como una amenaza para la libertad de expresión, buscar justicia en casos individuales y promover reformas sistemáticas.

La periodista colombiana Bedoya permaneció en silencio durante algunos años. Pero cuando Oxfam Internacional, una organización sin fines de lucro que busca combatir la pobreza y la injusticia, la contactó por un estudio sobre la violencia sexual en Colombia, Bedoya comprendió que podía dar voz a otros si hablaba en público sobre su propia experiencia. Al hacerlo, también se reavivó su deseo de justicia.

Las autoridades colombianas nunca enjuiciaron a los atacantes de Bedoya. Hoy, 11 años después del ataque, Bedoya está buscando presentar su caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con base en el hecho de que el gobierno colombiano fracasó en su tarea de obtener justicia. El tiempo de silencio está terminado.

Lauren Wolfe es editora senior del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). Ha escrito anteriormente sobre el problema de violencia sexual contra periodistas en el Blog del CPJ. El CPJ reconoce gentilmente el apoyo de la Fundación Internacional de Mujeres en los Medios (IWMF, por sus siglas en inglés) en la preparación de este informe.

Traducido por José Barbeito.